“Un buen ladrón”: una comedia romántica sobre un criminal entrañable

Channing Tatum brilla en el papel más inusual de su carrera, en una historia inspirada en hechos reales que combina ternura, humor y melancolía bajo la dirección de Derek Cianfrance.

En Un buen ladrón (Roofman, en su título original), el actor Channing Tatum se aleja de los papeles de acción y se sumerge en una comedia romántica con tintes dramáticos que sorprende por su humanidad. Dirigida por Derek Cianfrance —creador de Blue Valentine y Cruce de caminos—, la película rescata un caso real tan insólito como entrañable: el de Jeffrey Manchester, un exsoldado estadounidense que robó más de 45 locales de McDonald’s ingresando por los techos, siempre sin violencia y con una cortesía casi absurda.

El ladrón que se volvió leyenda

Manchester, interpretado con ternura y carisma por Tatum, es un veterano de guerra desorientado, incapaz de adaptarse a la vida civil. Acorralado por las deudas, encuentra en sus ingeniosos robos una forma de supervivencia que lo vuelve una figura tan delictiva como simpática. Su método, preciso y respetuoso, despierta curiosidad más que rechazo.

Fugitivo de la policía, el protagonista se refugia en una enorme juguetería administrada con rigidez por Mitch (Peter Dinklage), un jefe autoritario que ejerce su poder con placer. Allí conoce a Leigh Wainscott (Kirsten Dunst), una madre soltera que equilibra su rutina entre el trabajo y la crianza, y con quien entabla una relación marcada por la ternura, la desconfianza y una atracción sutil.

Romance, culpa y redención

La química entre Dunst y Tatum sostiene gran parte del relato. Ella aporta una interpretación contenida, casi melancólica, que dota al film de profundidad emocional, mientras que él combina el humor físico con una vulnerabilidad poco habitual en su carrera. La historia se desarrolla en un tono nostálgico y cálido, más cercano a las comedias románticas clásicas que al thriller o la sátira.

El guion, escrito por Cianfrance junto a Kirt Gunn, apuesta por la ternura más que por la tensión. El director recrea un universo retro, con una música y un ritmo que evocan el cine estadounidense de los años noventa. Un buen ladrón no busca sorprender con giros espectaculares, sino emocionar desde la simpleza y la humanidad de sus personajes.

Una película amable pero irregular

Si bien el film logra momentos de auténtico encanto, su desarrollo presenta altibajos narrativos. La transición entre el humor y el drama se siente a veces forzada, y el ritmo pausado puede dejar al espectador con la sensación de una historia que no termina de profundizar en los dilemas morales del protagonista.

Pese a ello, Un buen ladrón deja una huella emocional: un retrato amable de la soledad y el deseo de redención en un hombre que sólo quiere volver a sentirse útil. Una fábula moderna sobre la fragilidad humana, contada con sensibilidad y humor.

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