Platense campeón. El equipo que esperó 120 años para salir campeón y lo logró a 1000 kilómetros de su casa
El Calamar le ganó 1-0 a Huracán en Santiago del Estero y logró el primer título de su historia, en una jornada épica que quedará grabada para siempre en la memoria de sus hinchas.

Por Luciano Bottesi | Enviado a Santiago del Estero
La historia de Platense se escribió con lágrimas, esperanza y una espera de más de un siglo. Después de 120 años de historia, el club logró coronarse campeón por primera vez, nada menos que en un estadio a 1.000 kilómetros de su casa. El escenario fue Santiago del Estero, donde unas 30 mil almas llegaron desde Buenos Aires cargadas con la ilusión intacta y la energía que solo puede alimentar la posibilidad de un sueño largamente esperado.
La ciudad se transformó desde temprano. El frío matutino dio paso a una jornada más templada, pero fue la alegría de los hinchas lo que realmente calentó el ambiente. No eran simples espectadores, sino protagonistas de una epopeya: el viaje y la pasión por su equipo convirtieron a Santiago en una extensión del barrio porteño, en un hogar temporal.
La previa fue un espectáculo en sí mismo. Yerba Brava, la emblemática banda de cumbia, calentó los motores con su música en vivo, y su invitación fue clara y contundente: “Esta que viene la cantan solamente los campeones”. Todos lo sabían, aunque el temor a la derrota persistía como una sombra al acecho.
Cuando Guido Mainero abrió el marcador para Platense a los 18 minutos, el festejo fue contenido, casi incrédulo. Era la primera vez que el gol verdadero se posaba sobre la final, la primera prueba de que lo soñado estaba al alcance. Desde ese momento, comenzó otra batalla: aguantar la ventaja, resistir el asedio, defender la historia con uñas y dientes hasta el último pitazo.
La distancia y el contexto hicieron del encuentro una final épica. Fue difícil imaginar que 30 mil personas hubieran cruzado casi todo el país para un solo partido. Pero el fútbol no es solo lógica: es pasión, locura, desmesura. Así lo reflejó también Mariano Iúdica, animador de la previa, al definir el partido como la final de “dos equipos de barrio”, una celebración de la identidad y el folclore futbolero.
El impacto económico para Santiago del Estero fue notable. Más de 5.000 millones de pesos ingresaron en el circuito formal de gastronomía y hotelería, sin contar el movimiento en la economía informal, donde parrillas y pequeños puestos callejeros capturaron el espíritu festivo con mantas, banderas y pilusos de Platense.
Los minutos finales fueron una eternidad para los hinchas Calamares. La tensión se palpaba en el aire mientras cada segundo parecía ralentizarse. Pero cuando el árbitro finalmente pitó el final, la explosión de alegría fue incontenible. Jugadores y público se fundieron en abrazos, lágrimas y cánticos, liberando un torrente de emociones reprimidas durante tanto tiempo.
Las lágrimas no fueron exclusivas del equipo ganador. Los hinchas y jugadores de Huracán también lloraron, aunque sus lágrimas eran distintas: tristeza, frustración, resignación. Sin embargo, dejaron el estadio con respeto y sin bronca, mostrando la grandeza que siempre ha caracterizado a la gente del Globo.
La ciudad comenzó a vaciarse lentamente, pero el eco de los festejos seguía vibrando en cada rincón. En Vicente López, el festejo de Platense se replicaba con la misma intensidad, como si la distancia física se hubiera borrado.
Un capítulo aparte mereció Sebastián Ordoñez, presidente de Platense, que casi se pierde esta noche histórica por una sanción que le impedía entrar a los estadios tras un incidente anterior. Gracias a la gestión de su club, pudo finalmente estar presente para vivir y celebrar este momento único.
Ahora, la gran misión que queda para Platense es mantener el plantel y la ilusión intacta. El equipo ya aseguró su plaza en la próxima Copa Libertadores, y la expectativa crece entre sus seguidores.
El fútbol volvió a demostrar que no es solo un juego, sino un fenómeno social capaz de unir ciudades, despertar pasiones y emocionar hasta lo más profundo. En Santiago del Estero, la chacarera se mezcló con el canto y el llanto, y el corazón del Calamar por fin pudo latir campeón.